La pistola de juguete

Ayer me crucé con un chico y su padre cuando venía a casa después del trabajo. El hombre charlaba con alguien que parecía haberse encontrado por casualidad en la calle y tenía a su hijo, de unos seis años, cogido de la mano. El niño tenía una pistola de juguete en su mano libre y se dedicaba a dispararle a los cuervos que picoteaban la nieve en la acera. El niño hacía “pum” con la boca, simulando el movimiento de retroceso del arma a cada disparo, sin importarle que los cuervos fueran inmunes a sus balas de mentira.

Me disponía a cruzar la calle cuando el niño me miró. Bajé la acera mirándolo de reojo, y pude adivinar sus intenciones: me iba a disparar por la espalda. Di varios pasos con el cuerpo tenso, listo para recibir el disparo. El chico estiró su brazo y puso el arma a la altura de sus ojos, con un pequeño guante colgando de un hilo que entraba por la manga de su abrigo. Apuntando al centro de mi espalda, apretó el gatillo con su minúsculo dedo índice. Escuché el chasquido de la pistola de plástico y un “pum” pronunciado con tono grave, como si fuera el golpe definitivo.

El proyectil invisible impacta en mi espalda. Mi abdomen sale disparado hacia adelante, mis hombros quedan atrás, formando mi columna vertebral un arco que parece una parodia de un paso de baile. Una mueca de dolor desfigura mi rostro. Suelto un sonido gutural, como si tuviera líquido (¿sangre, quizá?) en mi garganta. Doy dos pasos adelante tambaleándome. Me giro un poco para ver a mi agresor, que tiene los ojos muy abiertos, sorprendido por el efecto de su disparo. No puedo mantenerme en pie, me desplomo en la calle cubierta de una mezcla de hielo, nieve y sal. Un coche se detiene junto a mí, bajan sus dos ocupantes a auxiliarme. Segundos más tarde estoy rodeado de varias personas. Abro los ojos desde el suelo y veo una vez más al niño. Su padre lo lleva cargado y se aleja del lugar de los hechos. El chico tiene la boca abierta, el rostro paralizado por el terror. La pistola ya no está en su mano, está tirada en la nieve.

Terminé de cruzar la calle, me giré y vi al chico disparando ahora a las ruedas de un autobús que pasaba. Mi mitad siniestra estaba convencida de que hacerle una broma así al niño-tirador sería divertido. Sin embargo, mi otra mitad sabía que esa fantasía, al igual que la del chico, no tendría mucha gracia en la vida real.

2 comentarios:

Irene dijo...

Me encanta tu blog, sobre todo la parte de la vida irreal :) creo que este post de la "Pistola de Juguete", que la he leído varias veces, es de las mejores.
Yo también te seguiré leyendo!

Roberto dijo...

¡Gracias, cariño!
Me contenta que te guste :-)