Bohemio desahuciado

El bohemio ahuecaba la almohada con ahínco y vehemencia. Estaba exhausto, pero el sueño se había ahuyentado. Ahogado en alcohol, se sentía malhumorado; como un rehén de ese ahí y ese ahora tan inhóspitos. Anhelaba deshacerse de la barahúnda de cohibiciones e inhibiciones que llevaba adheridas desde la prehistoria.

Sintiéndose desahuciado, entre agitadas inhalaciones y exhalaciones comenzó a enhebrar exhaustivamente la retahíla de opciones: ¿Me ahorco? No, la soga se puede deshilachar, qué deshonra. ¿Me ahogo en la bahía? Ahora no, después del deshielo. ¿Morir ahumado? Me rehúso, quién deshollinará después.

Las ideas coherentes le rehuían, se sabía inhábil para exhortarse a sí mismo a exhalar su último suspiro y ser inhumado. De pronto un búho ululó desde la buhardilla y voló cual exhalación: un cohete con plumas. El bohemio dio un respingo y entendió que no debía seguir ahondando en sus penas. Cerró los ojos y visualizó al búho aprehendiendo su tristeza como haría un malhechor con alhajas prohibidas, desvaneciéndose con ella como el vaho de los vehículos, ahorrándole vahídos y desheredándolo de llantos.

Se dio la enhorabuena y se levantó. Como prueba fehaciente de su rehabilitación comió zanahorias con mahonesa de albahaca y cacahuetes. Y al oler el azahar y el alhelí, se sintió por fin cohesionado de nuevo con la vida.

Tu ausencia


Finalmente he comprendido que no puedo vivir sin tu ausencia.




____________________________________________________

Publico esta entrada un día antes de cumplirse seis meses desde mi anterior publicación. No estaba muerto, estaba de parranda. O de papanda, más bien.