Los últimos tres segundos

Rafael entró corriendo a la habitación de los archivos. Era una habitación grande, atestada de archivadores que llegaban hasta el techo formando varios pasillos, con cajas de cartón tiradas aquí y allá. Fue directamente hacia una fila de archivadores concreta, que tenía un cartelito escrito a mano que ponía “Universidad” pegado con celo. Disminuyó la velocidad para revisar las etiquetas de los cajones, y se detuvo frente a los que indicaban “1990”. Respirando agitadamente, abrió el que contenía los archivos de la H a la N y con dedos nerviosos empezó a rebuscar. El tiempo se le acababa, y él lo sabía: si no encontraba el archivo preciso en pocos segundos, todo estaría perdido.

Los dedos de Rafael se movían veloces por las solapas identificadoras de las carpetas, ajenos al sonido del segundero de su reloj, que parecía resonar por toda la sala. Le quedaban tres segundos cuando dijo “!Ajá!”, y sacó una carpeta de un tirón. La abrió y una fotografía cayó al suelo. La recogió y le echó un rápido vistazo antes de ponerla en la carpeta otra vez. Sonó un “tic” estruendoso: dos segundos. En la carpeta también había un folio, en cuyo encabezado se leía la palabra “Liliana” seguida de un borrón indescifrable. Leyó rápidamente el breve texto del cuerpo del informe, y cuando iba por la última línea sonó un “tac” avisando de que el último segundo había empezado. Rafael suspiró aliviado y colocó la carpeta de nuevo en su sitio, justo a tiempo.

- ¡Claro que me acuerdo de ti, Liliana! - dijo Rafael a la mujer que lo había saludado pocos segundos antes en la parada del autobús. - Estudiamos juntos en el primer semestre de la carrera, hace veinte años.
- Qué buena memoria - respondió Liliana, sonriendo.
- No tan buena. No me acuerdo de tu apellido.

Domingo en la mañana

- Tengo miedo, papá
- ¿Y qué es lo que hemos dicho sobre el miedo?
- Que siempre podemos seguir adelante aunque tengamos miedo... es natural tener miedo, pero no que el miedo mande sobre nosotros.
El padre asintió. Su semblante serio no dejaba entrever el orgullo que sentía por su hijo de ocho años. El niño suspiró y volvió a ver el vacío bajo sus pies. Estaban parados en el borde de un acantilado de unos cien metros de altura. La brisa del domingo en la mañana soplaba suavemente alrededor de la pareja.
- No te pasará nada. - respondió el padre. - Recuerda que estaré a tu lado todo el tiempo.
El niño miró sus ojos; estaban muy serios, pero transmitían confianza y seguridad.
- De acuerdo. - dijo, y le dio un beso en la mejilla a su padre. Luego, sin pensarlo, saltó al vacío.

El niño tomó la posición aprendida: cuerpo horizontal, brazos extendidos y ligeramente flexionados, piernas juntas. La tierra se aproximaba a él a una velocidad de vértigo, pero él no la veía: tenía la vista al frente, fija en las colinas que se divisaban en el horizonte.
Tras unos pocos segundos, sintió que tenía suficiente velocidad y entonces empujó. El fuerte viento que antes venía de abajo comenzó a sentirse desde el frente. Miró abajo y a los lados y comprobó que estaba volando en una trayectoria horizontal a unos treinta metros de altura. Cuando su padre se colocó a su lado volando también, ambos sonrieron.

Media hora después, el superhéroe y su hijo estaban sentados en la cima de una de las colinas, cansados y sudorosos por el esfuerzo, pero felices.
- Te felicito. - dijo el padre a quien sería su sucesor algún día - Has controlado muy bien el miedo. Cuando tenía tu edad y tu abuelo me enseñaba a volar, yo también tenía mucho miedo a caer.
- Pero yo no tenía miedo a caer, papá. Tenía miedo a que te sintieras decepcionado si fallaba.

Hoy me siento breve ¿y tú?

Navegando por la red me encontré con algo curioso. Si antes hablaba de microrrelatos por tener cien palabras o menos ¿cómo podríamos llamar a cuentos de sólo seis palabras?

He encontrado dos referencias diferentes. Por un lado, en 2006 la revista estadounidense Wired le pidió a diversos autores famosos que escribieran un nanocuento de estos. Aquí se puede ver el resultado (en inglés). Por otro lado, una editorial (Editorial Navona) convocó un concurso este año con las mismas limitaciones: sin título y seis palabras de extensión. Al parecer ambos movimientos vienen inspirados por un famoso cuento que se atribuye a Hemingway:

Vendo zapatos de bebé, sin estrenar.

(For sale: baby shoes, never worn)

Otro microcuento muy famoso es "El Dinosaurio" de Augusto Monterroso:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

A mí me sorprendió mucho ver cómo se puede transmitir tanto en tan pocas palabras, sobre todo en el cuento de los zapatos de bebé, donde ni siquiera se narra una acción o un sentimiento: es tan solo un anuncio. El cuento de Monterroso deja más abierta la interpretación. Recuerdo haberlo leído en mi adolescencia (en un compendio de relatos cortos llamado "Para leer en la cola") y ahora veinte años después lo entiendo de manera diferente.

Según entiendo, lo bonito de esto es que el lector tiene que contestarse a sí mismo las interrogantes que le surgen tras leer tan sólo seis palabras (o siete, como en El Dinosaurio). Además, muchos de ellos podrían funcionar muy bien como primera frase de un cuento más convencional. Si quieres leer más puedes ir a la página del concurso mencionado arriba, que ya lleva más de tres mil minirrelatos enviados. Los hay de todas clases: algunos graciosos, otros absurdos, muchos fantásticos.

Y por supuesto, no pude resistirme a escribir mis propios cuentos hexapalábricos. Voy a dejar el primero aquí, y publicaré uno más cada día esta semana ¿de acuerdo? Ya me dirás si te sientes breve.

Cuento hexapalábrico 1:

- Trae un extinguidor, rápido ¡Estoy ardiendo!

Microrrelatos

Hace varias semanas una amiga me avisó de un concurso de microrrelatos de hasta cien palabras. Escribí un par (de microrrelatos, no de palabras) y los envié. Es material que me gustaría publicar aquí, pero las bases exigen que sean trabajos inéditos, blogs incluidos.
Así que inspirado por la limitación a cien palabras, y en vista de que los resultados del concurso se darán "dentro" de 2011 (¡lo que puede ser "dentro" de más de un año!), escribí la entrada anterior para publicarla en el blog.

El premio del concurso son 7.000 euros, y se aceptan relatos en inglés, árabe y hebreo, además de en español. Y no sé cuántos cuentos esperan recibir, pero me extrañó un poco que con semejante premio y después de meses de abierto el concurso, alargaran el período de recepción tres semanas más. Quizá es que quieran en esta segunda edición superar a la primera, en la que recibieron 3.682 microrrelatos.

El relato ganador de esa edición y otros 150 seleccionados se publicaron en un libro, que se puede descargar gratis en pdf aquí. Lo he estado leyendo y la verdad es que casi todos los cuentos están muy bien. Recomiendo su lectura, y dejo aquí un adelanto de lo que te puedes econtrar:


Las historias que escribo, por José Antonio Palomares
Todo el mundo sabe que yo solo escribo sobre lo que he vivido. Es lo que digo a los periodistas: por eso me hice marino mercante, por eso me infiltré en los bajos fondos, por eso durante algún tiempo fui boxeador. Por eso escribí novelas sobre marineros, el lumpen, los boxeadores mediocres. Y por eso cuando vi a mi mujer sosteniendo mi última novela recién publicada, Infiel, y en la otra mano una escopeta con la que me apuntaba al estómago, supe que tenía problemas.
—Ahora podrás escribir historias de fantasmas —dijo furiosa mientras disparaba.
Y eso hago.


Se encontró una puerta, por Javier Arriero Retamar
Se encontró una puerta tirada en la calle. Le dio pena.
La recogió y le hizo una habitación.
Ahora vive dentro de ella.