El nuevo

- ¿Puedo jugar? - preguntó el niño al grupo que pateaba un balón en la calle. El partido se detuvo y los niños que jugaban se acercaron al recién llegado. Todos se fijaron inmediatamente en el bulto deforme que se marcaba bajo la camiseta en la espalda del nuevo. A pesar de que estaba casi totalmente erguido y de que la camiseta era varias tallas más grande, la protuberancia irregular era imposible de ocultar, sobre todo a la altura de los omóplatos, donde era más evidente.

Sin responder a la pregunta los niños comenzaron a burlarse del nuevo llamándolo quasimodo, camello, gibado y otros insultos que nada tenían que ver con su malformación.

El agraviado dejó escapar un suspiro que se desvaneció junto con sus ganas de jugar al fútbol. Se quitó la camiseta, desplegó sus alas y se fue volando de vuelta al sitio de donde vino.

Ajedrez

La emperatriz y el juez jugaban ajedrez. El feroz sol de las diez enviaba tenaz un haz de luz a la faz del juez, cuyas tez y nariz parecían cubiertas de barniz. Infeliz, se vio incapaz de una jugada eficaz que cambiara el cariz de la partida. ¡Iba a perder ante una aprendiz!
Tomó un trago de su cáliz de jerez andaluz, su nuez subió y bajó veloz. Normalmente locuaz, lenguaraz y perspicaz, ahora se sentía como una lombriz frente a un avestruz.
Resignado ante esta atroz derrota precoz, fingiendo un tono de voz feliz propuso soez empezar otra vez. La emperatriz, sagaz y suspicaz, se negó. Con un movimiento audaz se arregló el albornoz, dijo “en paz” y se fue.
El juez tiró el tablero de una coz, sintiendo por primera vez en su orgullo la cruz de una cicatriz.

Cuento de hadas*

Desde su ventana, la princesa vio llegar a su príncipe azul a lomos de un hermoso caballo. ¡Qué emoción, por fin iba a ser rescatada! “Aquí estoy, píncipe mío” dijo con un tono de voz indefenso y enamorado. El príncipe no respondió, tan solo emitió un sonido con la garganta y dejó escapar un hilo de baba que se deslizó por la barbilla, con la mirada fija en ninguna parte. Luego eructó y rompió a llorar. El caballo le dijo entonces a la princesa: “Tu hermanito tiene hambre, lo llevo con mamá para que le dé tetica”. No sin cierta desilusión, la princesa respondió: “Bueno, papá, ahoya tú haces de píncipe”.

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*A mis princesas y mi recién llegado príncipe

Proporción

Después de toda una vida acomplejado por el diminuto tamaño de su pene, Gulliver lo vio como una bendición durante su estancia en Liliput.

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He sido padre por tercera vez :-)
Lo advierto porque no sé qué va a salir al escribir cosas después de una semana sin dormir.
Saludos a todos.